jueves, 7 de mayo de 2020

NORMAS PARA EL PARQUE HUMANO (I)
De Peter Sloterdijk
(Síntesis de Javier Márquez)
Humanismo es telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en el medio del lenguaje escrito.
Una regla de la cultura literaria es que los emisores no pueden prever a sus receptores reales.
El fantasma comunitario que está en la base de todos los humanismos podría remontarse al modelo de una sociedad literaria cuyos miembros descubren por medio de lecturas canónicas su común devoción hacia los remitentes que les inspiran. En el núcleo del humanismo así entendido descubrimos una fantasía sectaria o de club: el sueño de una solidaridad predestinada entre aquellos pocos elegidos que saben leer.
Los humanizados no son en principio más que la secta de los alfabetizados, y al igual que en otras muchas sectas, también en ésta se ponen de manifiesto proyectos expansionistas y universalistas.
¿Qué otra cosa son las naciones modernas sino eficaces ficciones de públicos lectores que, a través de unas mismas lecturas, se han convertido en asociaciones de amigos que congenian? El servicio militar obligatorio para la juventud masculina y la lectura obligatoria de los clásicos para los jóvenes de ambos sexos caracterizan la era burguesa clásica, es decir, aquella época de la humanidad leída y armada hacia la que vuelven hoy sus miradas los nuevos y los viejos conservadores, a la vez nostálgicos y desamparados, pero incapaces totalmente de explicar en términos de teoría de los medios de comunicación qué sentido tiene un canon de lectura (quien desee obtener una impresión actual
El humanismo burgués no era otra cosa que el pleno poder para imponer a la juventud los clásicos obligatorios y para declarar la validez universal de las lecturas nacionales.
Con el establecimiento mediático de la cultura de masas en el Primer Mundo a partir de 1918 (radio) y de 1945 (televisión) y, más aún, con las últimas revoluciones de las redes informáticas, en las sociedades actuales la coexistencia humana se ha instaurado sobre fundamentos nuevos. Estos son —como se puede demostrar sin dificultad— decididamente post-literarios, post-epistolográficos, y en consecuencia post-humanísticos. Quien tenga por demasiado dramático el prefijo “post-” de estas formulaciones, podría sustituirlo por el adverbio “marginalmente”, de tal modo que nuestra tesis sería la siguiente: las sociedades modernas sólo ya marginalmente pueden producir síntesis políticas y culturales sobre la base de instrumentos literarios, epistolares, humanísticos.
El humanismo, tanto en el fondo como en la forma, tiene siempre un “contra qué”, pues supone el compromiso de rescatar a los hombres de la barbarie.
Quien hoy pregunta por el futuro de la humanidad y de los medios de humanización, lo que en el fondo quiere saber es si sigue habiendo esperanzas de tomar bajo control las actuales tendencias asilvestradoras del hombre.
El tema latente del humanismo es, pues, la domesticación del hombre; su tesis latente: una lectura adecuada amansa.
La etiqueta “humanismo” nos recuerda —en su falsa candidez— la perpetua batalla por el hombre que se viene librando en forma de una lucha entre tendencias embrutecedoras y amansadoras.
Sólo puede entenderse el humanismo antiguo si también se lo comprende como la toma de partido en un conflicto de medios, es decir, como la resistencia del libro frente al anfiteatro, y como la oposición de las lecturas filosóficas, humanizadoras, apaciguadoras y generadoras de sensatez, contra el deshumanizador, efervescente y exaltado magnetismo de sensaciones y embriaguez que ejercían los estadios.
Se trata de la pregunta por cómo puede el hombre convertirse en un ser humano verdadero o real, ineludiblemente planteada desde aquí como una cuestión mediática, si entendemos como medios aquellos instrumentos de comunicación y de comunión a través de cuyo uso los propios hombres se conforman en eso que pueden ser y que serán.
De Heidegger: es preciso abandonar la palabra “humanismo” si es que ha de recuperarse en su inicial simplicidad e ineludibilidad la verdadera tarea del pensar, que en la tradición humanística o metafísica pretendía darse ya por resuelta. Dicho con más perspicacia: ¿para qué volver a ensalzar al hombre y a su autorrepresentación ejemplar filosófica en el humanismo como la solución, si precisamente en la catástrofe presente se ha demostrado que el propio hombre, con todos sus sistemas de autosobreelevación y autoexplicación metafísica, es el verdadero problema?
Equipara los tres principales medios terapéuticos de los que se echa mano en la crisis europea de 1945, a saber, el cristianismo, el marxismo y el existencialismo, caracterizándolos como tres meras variantes del humanismo que sólo se diferencian en su estructura superficial; o bien, hablando más clara y directamente, como tres modos y maneras de eludir la radicalidad última de la pregunta por la esencia del hombre.
Heidegger explica que a partir de Ser y tiempo su obra está pensada en contra del humanismo, y no porque éste haya sobrevalorado la naturaleza humana, sino porque no la ha situado a la altura suficiente.
La pregunta por la esencia del hombre no tomaría un rumbo acertado hasta que no se distanciase de la práctica más vieja, obstinada y funesta de la metafísica europea: definir al hombre como animal rationale.
Para él la esencia del hombre jamás se puede expresar completamente a partir de una perspectiva zoológica o biológica, por mucho que regularmente se añada a su cuenta algún elemento espiritual o trascendente.
Lo que importa en la determinación de la humanidad del hombre como existencia, es que no es el hombre lo esencial, sino el ser como la dimensión de lo extático de la existencia.
Heidegger pretende un hombre más sumiso que el mero buen lector.
Heidegger interpreta el mundo histórico de Europa como el teatro de los humanismos militantes; como el terreno en el que la subjetividad humana lleva poco a poco hasta el final, siguiendo con consecuencia su destino, la toma del poder sobre todo lo existente.
El humanismo tiene necesariamente que ofrecerse como cómplice natural de todas las atrocidades habidas y por haber que se cometan apelando al bienestar del hombre.
¿qué amansará al ser humano, si fracasa el humanismo como escuela de domesticación del hombre? ¿Qué amansará al ser humano, si hasta ahora sus esfuerzos para autodomesticarse a lo único que en realidad y sobre todo le han llevado es a la conquista del poder sobre todo lo existente? ¿Qué amansará al ser humano, si, después de todos los experimentos que se han hecho con la educación del género humano, sigue siendo incierto a quién o a qué educa para qué el educador? ¿O es que la pregunta por el cuidado y el modelado del hombre ya no se puede plantear de manera competente en el marco de unas simples teorías de la domesticación y de la educación?
Se mostrará que la estancia del ser humano en el claro del bosque —dicho heideggerianamente, su estar-dentro o ser-sostenido-dentro del despejamiento del ser — no es en modo alguno una proporción original ontológica inaccesible a más indagaciones.
Aquí hay que hablar, por una parte, de una historia natural de la serenidad en virtud de la cual el hombre pudo convertirse en el animal abierto al mundo y apto para el mundo; y por otra, de una historia social de los amansamientos a través de la cual los hombres se descubren originariamente como los seres que se recogen para corresponder al todo. La historia real del claro del bosque —de donde debe partir toda reflexión profunda sobre el hombre que pretenda ir más allá del humanismo— se compone, pues, de dos grandes relatos que convergen en una perspectiva común, a saber, en la exposición de cómo del animal-sapiens se derivó el hombre-sapiens.
(Imagen: Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta de Rodrigo García, Dirección de Emilio García Wehbi)




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